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jueves, 12 de noviembre de 2015

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 46

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

Cuando Tom y yo volvimos a vernos al día siguiente a la hora de comer, ambos comprendimos que estábamos estableciendo un pequeño ritual. No lo decíamos explícitamente, pero salvo las veces en las que surgían otros planes o compromisos, siempre procurábamos vernos a mediodía para almorzar juntos. No importaba el hecho de que yo tuviera el doble de años que él y que en otro tiempo fuese el tío Nat. Como Oscar Wilde dijo en cierta ocasión, después de los veinticinco todo el mundo tiene la misma edad, y a decir verdad nuestras circunstancias actuales eran casi idénticas. Los dos vivíamos solos, ni él ni yo salíamos con nadie, y no teníamos muchos amigos (en mi caso, ninguno en absoluto). ¿Qué mejor manera de romper la monotonía de la soledad que manducar con tu compadre, tu semblable, tu Tomassino, tanto tiempo perdido de vista, y darle un poco a la sin hueso mientras llenas el buche? 

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jueves, 20 de agosto de 2015

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 45

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

 

Se baja de la colina de Maybury por una pendiente suave. Nosotros la flanqueamos con vertiginosa velocidad. Una vez aparecidos los primeros relámpagos, éstos se sucedieron con rapidez inconcebible. Los truenos se pisaban el uno al otro con estruendos inauditos, que más parecían el ruido de gigantesca máquina eléctrica que las usuales detonaciones de las tormentas. Las chispas innumerables me cegaban y el granizo me lastimaba el rostro.
Al principio no veía más que el camino  por delante de mí; pero de pronto acaparó mi atención algo que bajaba rápidamente por la pendiente opuesta. Me pareció ver al principio el tejado húmedo de una casa, pero sucesivos relámpagos me permitieron cerciorarme de que la cosa giraba con rapidez...
un trípode monstruoso, más alto que varias casas, daba zancadas sobre los pinos jóvenes aplastándolos en su carrera; un aparato móvil, de metal bruñido, avanzaba a través de la maleza; colgaban de sus flancos articulados cables de acero, y el ensordecedor estruendo de su paso se mezclaba al tumulto de los truenos. A la luz de un relámpago se destacó netamente con un pie en el suelo y los otros dos en el aire.  

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miércoles, 4 de marzo de 2015

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 44


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.


Llevo más de una docena de páginas parloteando sin parar pero hasta ahora mi único objetivo ha sido presentarme ante el lector y preparar la escena para la historia que me dispongo a narrar. Yo no soy el personaje principal de este relato. La distinción de llevar el título de protagonista de este libro corresponde a mi sobrino Tom Wood, el único hijo varón de mi difunta hermana June. La Chinche, como solíamos llamarla de pequeña, nació cuando yo tenía tres años, y fue su llegada lo que precipitó el hecho de que nuestros padres se trasladaran de un minúsculo apartamento de Brooklyn a una casa de Garden City, en Long Island. Siempre hicimos muy buenas migas, June y yo, y cuando se casó veinticuatro años más tarde (seis meses después de la muerte de nuestro padre), fui yo quien la condujo al altar y la entregó a su marido, un periodista de la sección de economía del New York Times llamado Christopher Wood. Tuvieron dos hijos (mi sobrino Tom, y mi sobrina, Aurora), pero el matrimonio se rompió al cabo de quince años. Un par de años después, June volvió a casarse, y de nuevo la acompañé hasta el altar. Su segundo marido era un acomodado agente de Bolsa de Nueva Jersey, Philip Sorn, cuyo bagaje incluía a dos ex esposas y una hija ya crecida, Pamela. Luego, a la edad horriblemente joven de cuarenta y nueve años, una tarde sofocante de mediados de agosto June sufrió una hemorragia cerebral masiva mientras trabajaba en el jardín y murió al día siguiente antes de que volviera a salir el sol. Para su hermano mayor, fue sin duda el golpe más duro que había recibido en la vida, y ni siquiera el cáncer y la amenaza de la muerte unos años después le causó tanto dolor como el que sintió entonces.

lunes, 23 de febrero de 2015

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 43


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

Cuando la puerta se cerró, me encontré inmerso en la oscuridad más absoluta. Era, literalmente, una oscuridad absoluta en la que ni siquiera brillaba una luz diminuta, tan pequeña como la punta de una aguja. No veía nada. Ni la palma de mi mano cuando me la aproximé a la cara. Durante unos instantes me quedé clavado, lleno de desconcierto, sobre mis pies, como si me hubiesen atizado un golpe. Presa de una fría impotencia, me sentí como un pescado envuelto en celofán que ve cómo lo arrojan dentro del frigorífico y cierran la puerta a sus espaldas. Me habían abandonado, sin preparación mental alguna, en la oscuridad más absoluta: no era de extrañar que, de repente, experimentara una enorme lasitud. Si la joven pensaba cerrar la puerta, al menos podrá haberme avisado.
Pulsé a tientas el interruptor de la linterna y un chorro de familiar luz amarillenta se proyectó, en línea recta, a través de las tinieblas. Primero iluminé el suelo, bajo mis pies, y luego dirigí el haz de luz a mi alrededor. Me hallaba en una plataforma de cemento de unos tres metros cuadrados, y, a dos pasos de mí, caía a pico un abrupto precipicio sin fondo. Ni barrera ni valla. “Esto también podría habérmelo dicho antes”, pensé con cierta indignación. 



miércoles, 4 de febrero de 2015

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 42

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.


Cuando estuve de vuelta en Los Ángeles encontré un hotel barato justo al lado de Hoover Street, y una vez allí me quedé en la cama y bebí. Estuve bebiendo durante un cierto tiempo, tres o cuatro días. No conseguí levantarme para leer las ofertas de trabajo. LA idea de sentarme enfrente de un hombre sentado detrás del escritorio y contarle que deseaba un trabajo, que estaba capacitado para hacer ese trabajo, era demasiado para mí. Francamente, estaba horrorizado de la vida, de todo lo que un hombre tenía que hacer sólo para comer, dormir y poder vestirse. Así que me quedaba en la cama y bebía. Mientras bebías, el mundo seguía allí afuera, pero por el momento no te tenía agarrado por la garganta.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 41

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



-Bonita cartera, ¿verdad? -dijo Rick mientras buscaba los formularios impresos del test-. Es del departamento.

-Sí, ¿eh? -respondió Rachael, ausente.

-Es de piel de bebé -agregó Rick, acariciando la piel negra de la cartera-. Ciento por ciento genuina- vio que después de una pausa las agujas se pusieron a fluctuar con frenesí. La reacción había llegado tarde. Él conocía el tiempo exacto de reaccionar, en fracciones de segundo. Sabía que no debía haber demora-. Gracias, señorita Rosen. Eso era todo -recogió de nuevo su equipo.

-¿Se marcha? -preguntó Rachael.

-Sí. He terminado.

Cautelosamente Rachael preguntó:

-¿... y los otros nueve?

-El test ha funcionado adecuadamente en su caso -explicó Rick-. Puedo deducir de esto que evidentemente es aún efectivo -se dirigió a Eldon Rosen, que estaba inerte, junto a la puerta-: ¿Ella lo sabe? -A veces no era así: en muchas ocasiones se los dotaba de una falsa memoria, con la errónea esperanza de que alterara las reacciones ante el test.

-No -contestó Elden Rosen-. La hemos programado completamente. Pero creo que hacia el final ha empezado a sospechar.- A la muchacha el dijo-: ¿No fue así, cuando él te pidió una nueva prueba?

Rachael, muy pálida asintió.

-No temas -le dijo Eldon Rosen-. No eres un androide escapado ilegalmente. Eres propiedad de la Rosen Association, que te emplea como muestra para las ventas a futuros emigrantes.- Se acercó a la chica y apoyó la mano en su hombro. Rachael se apartó del contacto.

viernes, 14 de noviembre de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 40


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.


La prisión militar es el último refugio para quienes no querían ir a la guerra. Conocí a un profesor suplente de matemáticas que no quería disparar a los demás. De modo que robó un reloj a un teniente sólo para que lo encerraran en la prisión militar. Lo preparó todo con mucha previsión. La guerra no le impresionaba ni le entusiasmaba. Le parecía una idiotez lanzar granadas y metralla al enemigo y matar a otros profesores de matemáticas, tan desafortunados como él. 


martes, 8 de julio de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 39

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



Bajo el influjo bienhechor de la Compañía, nuestras costumbres están saturadas de azar. El comprador de una docena de ánforas de vino damasceno no se maravillará si una de ellas encierra un talismán o una víbora; el escribano que redacta un contrato no deja casi nunca de introducir algún dato erróneo; yo mismo, en esta apresurada declaración, he falseado algún esplendor, alguna atrocidad. Quizás también alguna misteriosa monotonía... Nuestros historiadores, que son los más perspicaces del orbe, han inventado un método para corregir el azar; es fama que las operaciones de ese método son (en general) fidedignas; aunque, naturalmente, no se divulgan sin alguna dosis de engaño. Por lo demás, nada tan contaminado de ficción como la historia de la Compañía... Un documento paleográfico, exhumado de un templo, puede ser obra del sorteo de ayer o de un sorteo secular. No se publica un libro sin alguna divergencia entre cada uno de los ejemplares. Los escribas prestan juramento secreto de omitir, de interpolar, de variar. También se ejerce la mentira indirecta. 

miércoles, 18 de junio de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 38

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



Pero precisamente porque tienes todas la probabilidades en contra, porque hay tan pocas esperanzas, es por lo que la vida es placentera aquí. Día tras día. No hay ayer ni mañana. El barómetro nunca cambia, la bandera siempre ondea a media asta. Llevas un trozo de crespón negro en el brazo, o una cintita en el ojal, y, si eres bastante afortunado como para poder pagártelas, te compras un par de extremidades artificiales, preferentemente de aluminio. Lo que no te impide disfrutar de un apéritif u observar los animales en el zoo o coquetear con los buitres que surcan los bulevares para arriba y para abajo, siempre alerta en busca de carroña fresca. Pasa el tiempo. Si eres extranjero y tienes la documentación en regla, puedes exponerte sin miedo al contagio. A ser posible, es mejor trabajar de corrector de pruebas. Comme ça, tout s'arrange. Eso significa que, si resulta que vas caminando hacia casa a las tres de la mañana y te salen al paso los polis en bicicleta, puedes dejarles con un palmo de narices.

martes, 27 de mayo de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 37


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



Anguloso, sencillo de líneas como figura de teorema, el bloque del Central San Lucio se alzaba en el centro de un ancho valle orlado por un cresta de colinas azules. El viejo Eusebio Cué había visto crecer el hongo de acero, palastro y concreto sobre las ruinas de trapiches antiguos, asistiendo año tras año, con una suerte de espanto admirativo, a las conquistas de espacio realizadas por la fábrica. Pera él la caña no encerraba ningún misterio. Apenas asomaba entre los cuajarones de tierra negra, se seguía su desarrollo de la segunda hoja. Los canutos que se hinchan y alargan, dejando a veces un pequeño surco vertical para el “ojo”. El visible agradecimiento ante la lluvia, anunciada por el vuelo bajo de las auras. El cogollo, que se alejará algún día, en el pomo de la albarda. Del limo a la savia hay encadenamiento perfecto. Pero hecho el corte, el hilo se rompe bajo el arco de la hermana.

viernes, 9 de mayo de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 36

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.




Esta sed insaciable de poder, de elevarse en la jerarquía del picoteo, que el hombre y las instituciones por él creadas manifiestan frente a otros hombres y otras instituciones, se hace especialmente ostensible en la naturaleza.
En la actualidad la abundancia de medios técnicos permite la transformación del mundo a nuestro gusto, posibilidad que ha despertado en el hombre una vehemente pasión dominadora. El hombre de hoy usa y abusa de la Naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro.
LA naturaleza se convierte así en el chivo expiatorio del progreso. El biólogo australiano Macfarlane Burnet, que con tanta atención observa y analiza la marcha del mundo, hace notar en uno de sus libros fundamentales que “siempre que utilicemos nuestros conocimientos para la satisfacción a corto plazo de nuestros deseos de confort, seguridad o poder, encontraremos, a plazo algo más largo, que estamos creando una nueva trampa de la que tendremos que librarnos antes o después.

miércoles, 26 de marzo de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 35

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



Las orillas del mar habían desaparecido hacía tiempo detrás de las colinas del osario. El imprudente profesor, sin miedo a extraviarse, me atrastraba cada vez más lejos. Avanzábamos en silencio, bañados por las ondas eléctricas. Por un fenómeno que no puedo explicar, y gracias a su difusión entonces completa, la luz iluminaba de una manera uniforme todos los ángulos de los objetos. Su foco no estaba en un punto determinado del espacio y no producía ningún efecto de sombra. Hubiéramos podido creernos en pleno mediodía y en pleno verano, en medio de las regiones ecuatoriales, bajo los rayos verticales del sol. Todo vapor había desaparecido. Las rocas, las montañas lejanas, algunas masas confusas de bosques lejanos tomaban un aspecto extraño bajo la distribución uniforme del fluido luminoso. Nos parecíamos a ese fantástico personaje de Hoffmann que perdió su sombra.
Después de haber andado una milla, apareció el lindero de un bosque inmenso, pero no ya uno de esos bosques de hongos que había en las inmediaciones de Puerto Graüben.
Era la vegetación de la época terciaria en toda su magneficencia. Grandes palmeras de especies hoy desaparecidas, soberbios guanos, pinos, tejos, cipreses, tuyas, representaban a la familia de las coníferas y swe unían entre sí por una inextricable red de lianas. Un tapiz de musgos y de hepáticas revestía blandamente el suelo. Algunos riachuelos murmuraban bajo la espesura umbría, poco digna de ese nombre ya que no producía sombra. En sus bordes crecían los helechos arborescentes parecidos a los de los calientes invernaderos del globo habitado. Sólo el color les faltaba a los árboles, a los arbustos, a las plantas, privadas del vivificante calor del sol. Todo se confundía en un tinte uniforme, pardo y como agostado. Las hojas estaban desprovistas de su verdor, y las propias flores, tan numerosas en la época terciaria que las vio nacer, ahora sin color y sin perfume, parecían hechas de un papel descolorido bajo la acción de la atmósfera.

lunes, 17 de marzo de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 34

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



Luego que ganaron el puerto tornaron a ver el sol, que declinaba en un dilatadísimo celaje de oros y de púrpuras. Era una infinita sábana de nubes avellonadas, color de sangre, finamente festoneadas por la luz del astro y que se prendían a él, dejando a la derecha un claro cielo verde de nitidez maravillosa. Debajo abríase la enorme extensión ondulada de los valles, perdiendo en dorada niebla la fronda de sus dehesas, de sus olivares, de sus viñas, de sus huertas y sus tierras de cultivo. Un río, allá en el fondo, reflejaba en sus serenas tablas las lumbres del crepúsculo, y no muy lejos de la falda de la sierra veíase un caserío agrupado en torno de una torre cuya esbelta caperuza de pizarra parecía también saludar con sus llamas de reflejo a los viajeros.
-¡Palomas! -se apresuró el Cernical a indicar-. Velayí el pueblo, que paice que se toca con la mano. Pues tavía no hamos andao ni la mitad.
Lo miraron todos desde dentro.
-¡Que pequeño! -opuso Nora la primera.
Y Jacinta y su marido, extasiados por el hermoso panorama comentaron:
-¡Que bonito!
-Chiquirriquitín -cedió el carrero-, sí, qué concho, que lo es; pero a güeno y a bonito no hay por to er contorno quien le gane. Ahí van ostés, don Esteban, a viví lo mesmo que en la gloria. Ni enfermos que curá va usté a tené, que apuesto yo que no haiga más salú ni onde la crían!

jueves, 20 de febrero de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 33

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



En la facultad de bellas artes, Misty conocía a una chica que encendió una licuadora de cocina llena de cemento húmedo hasta que el motor se quemó en medio de una nube de humo amargo. Aquella era su declaración acerca de la vida como ama de casa. Es probable que ahora mismo esa chica viva en un loft y esté comiendo yogur orgánico. Que sea rica y pueda cruzar las piernas a la altura de la rodilla.
Otra chica que Misty conoció en la facultad representaba una obra en tres actos con marionetas dentro de la boca. Se trataba de disfraces pequeñitos dentro de los cuales metía la lengua. Los disfraces extra se guardaban dentro del carrillo, como en los bastidores de un escenario. Para cambiar de escena, simplemente cerraba los labios como si fuera un telón. Los dientes eran los focos y el arco del proscenio. Y metía la lengua en el siguiente disfraz. Después de representar una obra de tres actos, la chica tenía estrías alrededor de la boca. Los músculos orbicularis oris se quedaban deformados. 

jueves, 30 de enero de 2014

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 32


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.



Años más tarde, cuando trataba de recordar cómo era en la realidad la doncella idealizada con la alquimia de la poesía, no lograba distinguirla de los atardeceres desgarrados de aquellos tiempos. Aun cuando la atisbaba sin ser visto, por aquellos días de ansiedad en que esperaba la respuesta a su primera carta, la veía transfigurada en la reverberación de las dos de la tarde bajo la llovizna de azahares de los almendros, donde siempre era abril en cualquier tiempo del año. Por lo único que le interesaba entonces acompañar con el violín a Lotario Thugut en el mirador privilegiado del coro, era por ver cómo ondulaba la túnica de ella con la brisa de los cánticos. Pero su propio desvarío acabó por malograrle el placer, pues la música mística le resultaba tan inicua para su estado del alma, que trataba de enardecerla con valses de amor, y Lotario Thugut se vio obligado a despedirlo del coro. 

miércoles, 11 de diciembre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 31



Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.


Luego dimos una vuelta por la aldea. Los almacenes y casas presentaban un triste aspecto, debido a que hacía mucho tiempo que no habían sido pintados; estaban construidos dos o tres pies por encima del suelo, sobre pilones, para quedar fuera del alcance de las aguas del río cuando este se desbordaba. Las casas aparecían rodeadas de jardines, pero no crecía nada en ellos, aparte de algunos girasoles, zapatos viejos, latas vacías, botellas rotas, montones de ceniza y trapos sucios. Las vallas estaban hechas de distintas clases de tablas de madera, clavadas en diferentes épocas, con puertas que no solían tener más de una visagra, de cuero por lo general. Algunas de las vallas habían sido blanqueadas y otras no, pero el duque dijo que probablemente lo fueron en tiempos de Colón. Los jardines estaban poblados de cerdos.
Todos los almacenes estaban situadsos a lo largo de una misma calle. Delante tenían toldos sostenidos por postes; en esos postes los habitantes de la aldea ataban sus caballos. Debajo de los toldos había cajas de mercancías vacías, y encima de las cajas, sentados, los hombres haraganeaban todo el día, grabando con sus cuchillos cosas extrañas en la madera de las cajas, mascando tabaco, bostezando, desperezándose y charlando…




miércoles, 13 de noviembre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 30



Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

Pensar en sí misma significaba borrar de una vez por todas la leyenda que los romanos habían decidido levantarle. Significaba salir del molde de perfección que la oprimía y apoderarse para siempre de algunas posibilidades que le estaban negadas desde hacía muchos años. Deseaba recuperar el derecho a equivocarse, a jugar con la vida, a flirtear con la inconsecuencia. Quería que el espíritu de Roma, con todo su altísimo significado, se contemplase en otro rostro que no fuese el suyo.

En el Palatino vivía la dama que sin duda estaría esperando representar al espíritu de Roma incluso antes de que Roma y su espíritu se lo solicitasen.

Aunque voces posteriores la representen como gestora de las más siniestras intrigas, Livia todavía era por aquellos tiempos una matrona romana sin candidaturas especiales. Pero destacada entre todas por su porte arrogante, que realzaba aún más la importancia de un cuerpo, de notable estatura y no escaso en carnes. En su cabeza, siempre enhiesta, triunfaba un moño de notables proporciones que lució durante varios años, segura de que colaboraba a dotarla de prestancia, pues más que un moño diríase un penacho. Y el rostro completaba el cuadro con singular precisión y no menos prestancia. Porque era un rostro ancho, rotundo, de facciones solemnes y, a medida que avanzaron los acontecimientos, mayestático.

 

miércoles, 30 de octubre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 29


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

En el centro del filamento, la Nave Solar se movía como un pez capturado en un rápido. La corriente era eléctrica y la marea que agitaba la esfera era un plasma magnetizado de increíble complejidad.
Protuberancias e hilillos de gas ionizado surcaban de un lado a otro, retorcidos por las fuerzas que creaba a su mismo paso. Flujos de materia brillante aparecían y desaparecían súbitamente, mientras el efecto Doppler tomaba la línea de emisión de gas y luego las sacaba de la coincidencia con la línea espectral que se usaba como observación.
La nave se bamboleaba a través de los turbulentos vientos de la cromosfera, absorbiendo las fuerzas de plasma con sutiles cambios de sus propios campos magnéticos, navegando con velas hechas de matemáticas casi corpóreas. Los rayos que se enroscaban y crecían en esos campos de fuerza (permitiendo que la tensión de los remolinos en conflicto cayera en una dirección y luego en otra), ayudaban a recortar las sacudidas de la tormenta.
Esos mismos escudos mantenían fuera la mayor parte del ululante calor, diversificando el resto en formas tolerables. El que pasaba era absorbido en una cámara para alimentar el Láser Refrigerador, el riñón que filtraba el flujo de rayos que apartaba incluso el plasma e su camino.


miércoles, 9 de octubre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 28



Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído. 

El aspecto externo de Momo ciertamente era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a la gente que da mucha importancia al aseo y el orden. Era pequeña y bastante flaca, de modo que ni con la mejor voluntad se podía decir si sólo tenía ocho años o ya tenía doce. Tenía un cabello muy ensortijado, negro como la pez, con todo el aspecto de no haberse enfrentado jamás a un peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi siempre iba descalza. Sólo en invierno llevaba zapatos de vez en cuando, pero solían ser diferentes, desemparejados, y además le iban demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que lo que encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda estaba hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo, demasiado grande, cuyas mangas estaban arremangadas alrededor de la muñeca. Momo no quería cortarlas porque recordaba, previsoramente, que todavía tenía que crecer. U quien sabe si alguna vez volvería a encontrar un chaquetón tan grande y tan práctico con tantos bolsillos. 

jueves, 19 de septiembre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 27


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído. 

La enorme montaña de hielo se precipitó en el vacío. Tras ella, más pequeño y débil a medida que se sucedían las guardias, el Ardiente se hundió en la eterna oscuridad.
En poco tiempo, el horno abrasador del sol había erosionado, excavado y calcinado el pequeño mundo de nieve; había resquebrajado y cargado su atmósfera provisional, haciendo ondear banderas de gas ionizado en la brisa interplanetaria.
Pero el fugaz verano pasó. Las llamas quedaron de nuevo atrás, brillantes aún, pero volviéndose más inofensivas hora tras hora. La salvaje exuberancia del paso por el perihelio se borraba rápidamente de la memoria.
El otoño se caracterizo por una suave caída de polvo. Las diminutas partículas, arrastradas de la superficie por la decreciente fuga de gas, nunca habían llegado a alcanzar la velocidad de escape, ni siquiera en la débil atracción del cometa. Poco a poco, derivaban de nuevo hacia el punto de partida, depositando una oscura oscura patina con la textura del talco, sobre los campos de hielo y los afloramientos rocosos. La cimbreante serpiente de la cola de plasma ya se había desvanecido, y ahora la escorzada cola de polvo, tan similar a los anteriores estandartes de los ángeles, iba disipándose mientras el cometa rebasaba velozmente Marte y continuaba hacia la órbita de Júpiter.