miércoles, 11 de diciembre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 31



Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.


Luego dimos una vuelta por la aldea. Los almacenes y casas presentaban un triste aspecto, debido a que hacía mucho tiempo que no habían sido pintados; estaban construidos dos o tres pies por encima del suelo, sobre pilones, para quedar fuera del alcance de las aguas del río cuando este se desbordaba. Las casas aparecían rodeadas de jardines, pero no crecía nada en ellos, aparte de algunos girasoles, zapatos viejos, latas vacías, botellas rotas, montones de ceniza y trapos sucios. Las vallas estaban hechas de distintas clases de tablas de madera, clavadas en diferentes épocas, con puertas que no solían tener más de una visagra, de cuero por lo general. Algunas de las vallas habían sido blanqueadas y otras no, pero el duque dijo que probablemente lo fueron en tiempos de Colón. Los jardines estaban poblados de cerdos.
Todos los almacenes estaban situadsos a lo largo de una misma calle. Delante tenían toldos sostenidos por postes; en esos postes los habitantes de la aldea ataban sus caballos. Debajo de los toldos había cajas de mercancías vacías, y encima de las cajas, sentados, los hombres haraganeaban todo el día, grabando con sus cuchillos cosas extrañas en la madera de las cajas, mascando tabaco, bostezando, desperezándose y charlando…




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