jueves, 20 de agosto de 2015

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 45

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.

Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

 

Se baja de la colina de Maybury por una pendiente suave. Nosotros la flanqueamos con vertiginosa velocidad. Una vez aparecidos los primeros relámpagos, éstos se sucedieron con rapidez inconcebible. Los truenos se pisaban el uno al otro con estruendos inauditos, que más parecían el ruido de gigantesca máquina eléctrica que las usuales detonaciones de las tormentas. Las chispas innumerables me cegaban y el granizo me lastimaba el rostro.
Al principio no veía más que el camino  por delante de mí; pero de pronto acaparó mi atención algo que bajaba rápidamente por la pendiente opuesta. Me pareció ver al principio el tejado húmedo de una casa, pero sucesivos relámpagos me permitieron cerciorarme de que la cosa giraba con rapidez...
un trípode monstruoso, más alto que varias casas, daba zancadas sobre los pinos jóvenes aplastándolos en su carrera; un aparato móvil, de metal bruñido, avanzaba a través de la maleza; colgaban de sus flancos articulados cables de acero, y el ensordecedor estruendo de su paso se mezclaba al tumulto de los truenos. A la luz de un relámpago se destacó netamente con un pie en el suelo y los otros dos en el aire.  

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