jueves, 10 de enero de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 15

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído. 

-->
“La vida -dijo Emerson- consiste en lo que un hombre piensa todo el día.” Si es así, en ese caso mi vida no es sino un gran intestino. No sólo pienso en comida todo el día, sino que, además, sueño con ella por la noche.
Pero no deseo volver a América, para que me unzan otra vez el yugo, para trabajar en a noria.No, prefiero ser un hombre pobre en Europa. Bien sabe Dios lo pobre que soy; solo me falta ser un hombre. La semana pasada pensé que el problema de la subsistencia estaba a punto de resolverse, creí que iba a camino de ser económicamente independiente. Ocurrió que tropecé con otro rusa; se llama Serge. Vive en Suresnes, donde hay una pequeña colonia de emigrés y artistas pobres. Antes de la revolución, Serge era capitán de la Guardia Imperial; mide un metro noventa sin zapatos y bebe vodka como un pez. Su padre era almirante, o algo así, en el acorazado Potemkin.
Conocí a Serge en circunstancias bastante singulares. El otro día husmeando en busca de comida, me encontraba hacia el mediodía en las cercanías de Folies-Bergère: en la puerta trasera, es decir, en la estrecha callejuela que tiene una verja de hierro en un extremo. Estaba matando el tiempo cerca de la entrada de los artistas, con la esperanza de encontrarme por causalidad con una de las mariposas, cuando un camión descubierto se detuvo junto a la acera. Al verme allí parado con las manos en los bolsillos, el conductor, que era Serge, me preguntó s quería echarle una mano para descargar los barriles de hierro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario