Hace cien años que murió Abraham Stoker. Su madre fue la feminista Charlotte M. Blake, eran una familia burguesa sin patromonio pero con una gran tradición cultural y muy apegada a la biblioteca familiar.
Aficionado al esoterismo y el ocultismo, que formaban parte de la "contracultura" de la época, perteneció a una sociedad secreta junto a varios de los más famosos escritores contemporaneos. Murió de sífilis el 20 de Abril de 1912. Entre otras obras nos legó su tratamiento del mito del vampiro en "La Guarida del Gusano Blanco" y "Drácula"
"Debí de quedarme dormido, ya que si hubiese estado completamente despierto me habría dado cuenta de que nos acercábamos a este extraordinario lugar. En la oscuridad, el patio parecía de grandes dimensiones pero como de él parten varios accesos bajo sus correspondientes arcos de medio punto, quizá me dio la impresión de que era mayor de lo que es en realidad. Aún no lo he podido ver de día.
Al detenerse la calesa, el cochero saltó al suelo y me tendió la mano para ayudarme a bajar. De nuevo tuve ocasión de comprobar su fuerza prodigiosa. Su mano parecía verdaderamente un mecanismo de acero capaz de estrujar la mía, si quería. Luego cogió mi equipaje; y tachonada de grandes clavos, bajo un pórtico de piedra saledizo. Pude ver, incluso a la escasa luz, que la piedra estaba tallada de forma imponente, pero que sus adornos esculpidos parecían muy erosionados por la lluvia y el tiempo. El cochero, entretanto, saltó otra vez a su asiento y sacudió las riendas arrancaron los caballos, y el coche desapareció bajo uno de los arcos oscuros.
Me quedé en silencio donde estaba, ya que no sabía qué hacer. No había signo alguno de aldava o campanilla; no era probable que mi voz lograse transponer estos muros severos y estas ventanas en tinieblas. Me parecíainterminable la espera y me asaltaba un cúmulo de dudas y temores. ¿A que clase de lugar había venido, y entre qué clase de gente estaba? ¿En qué siniestra aventura me había embarcado? ...
Dentro había un hombre alto y viejo, de cara afeitada, aunque con un gran bigote blanco, y vestido de negro de pies a cabeza, sin una sola nota de color en todo él. En la mano sostenía una antigua lámpara de plata, en la que ardía una llama, sin tubo ni globo que la protegiera, la cual arrojaba largas y temblorosas sombras al vacilar en la corriente de la puerta abierta. El anciano hizo un gesto de cortesía con la mano derecha y dijo en un inglés excelente, aunque con un extraño acento: -¡Bien venido a mi casa! ¡Entre libremente y por su propia voluntad!
No hizo el menor ademán de salir a recibirme, sino que permaneció donde estaba como una estatua, como si su gesto de bienvenida le hubiese petrificado. Sin embargo, en el instante en que crucé el umbral, avanzó impulsivamente hacia mí, y tendiendo la mano, me cogió la mía con tal fuerza que no pude reprimir una mueca de dolor; lo que no impedía que la tuviese fría como el hielo...; tanto que me pareció más la mano de un muerto que la de un vivo. Repitió:
-Bien venido a mi casa. Entre libremente. Pase sin temor. ¡Y deje en ella un poco de la felicidad que trae consigo!
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