Seguramente
no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca
de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las
habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño
Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque
nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que
unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales
e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la
gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba
su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan
polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo
el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y
divertido.
-¿Tu
de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto
es lo que después ha leído.
En el centro del filamento, la Nave
Solar se movía como un pez capturado en un rápido. La corriente era
eléctrica y la marea que agitaba la esfera era un plasma magnetizado
de increíble complejidad.
Protuberancias e hilillos de gas
ionizado surcaban de un lado a otro, retorcidos por las fuerzas que
creaba a su mismo paso. Flujos de materia brillante aparecían y
desaparecían súbitamente, mientras el efecto Doppler tomaba la
línea de emisión de gas y luego las sacaba de la coincidencia con
la línea espectral que se usaba como observación.
La nave se bamboleaba a través de los
turbulentos vientos de la cromosfera, absorbiendo las fuerzas de
plasma con sutiles cambios de sus propios campos magnéticos,
navegando con velas hechas de matemáticas casi corpóreas. Los rayos
que se enroscaban y crecían en esos campos de fuerza (permitiendo
que la tensión de los remolinos en conflicto cayera en una dirección
y luego en otra), ayudaban a recortar las sacudidas de la tormenta.
Esos mismos escudos mantenían fuera la
mayor parte del ululante calor, diversificando el resto en formas
tolerables. El que pasaba era absorbido en una cámara para alimentar
el Láser Refrigerador, el riñón que filtraba el flujo de rayos que
apartaba incluso el plasma e su camino.