Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la
gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba
su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan
polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo
el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y
divertido.
-¿Tu
de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto
es lo que después ha leído.
El aspecto externo de Momo ciertamente
era un tanto desusado y acaso podía asustar algo a la gente que da
mucha importancia al aseo y el orden. Era pequeña y bastante flaca,
de modo que ni con la mejor voluntad se podía decir si sólo tenía
ocho años o ya tenía doce. Tenía un cabello muy ensortijado, negro
como la pez, con todo el aspecto de no haberse enfrentado jamás a un
peine o unas tijeras. Tenía unos ojos muy grandes, muy hermosos y
también negros como la pez y unos pies del mismo color, pues casi
siempre iba descalza. Sólo en invierno llevaba zapatos de vez en
cuando, pero solían ser diferentes, desemparejados, y además le
iban demasiado grandes. Eso era porque Momo no poseía nada más que
lo que encontraba por ahí o lo que le regalaban. Su falda estaba
hecha de muchos remiendos de diferentes colores y le llegaba hasta
los tobillos. Encima llevaba un chaquetón de hombre, viejo,
demasiado grande, cuyas mangas estaban arremangadas alrededor de la
muñeca. Momo no quería cortarlas porque recordaba, previsoramente,
que todavía tenía que crecer. U quien sabe si alguna vez volvería
a encontrar un chaquetón tan grande y tan práctico con tantos
bolsillos.
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