miércoles, 30 de octubre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 29


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído.

En el centro del filamento, la Nave Solar se movía como un pez capturado en un rápido. La corriente era eléctrica y la marea que agitaba la esfera era un plasma magnetizado de increíble complejidad.
Protuberancias e hilillos de gas ionizado surcaban de un lado a otro, retorcidos por las fuerzas que creaba a su mismo paso. Flujos de materia brillante aparecían y desaparecían súbitamente, mientras el efecto Doppler tomaba la línea de emisión de gas y luego las sacaba de la coincidencia con la línea espectral que se usaba como observación.
La nave se bamboleaba a través de los turbulentos vientos de la cromosfera, absorbiendo las fuerzas de plasma con sutiles cambios de sus propios campos magnéticos, navegando con velas hechas de matemáticas casi corpóreas. Los rayos que se enroscaban y crecían en esos campos de fuerza (permitiendo que la tensión de los remolinos en conflicto cayera en una dirección y luego en otra), ayudaban a recortar las sacudidas de la tormenta.
Esos mismos escudos mantenían fuera la mayor parte del ululante calor, diversificando el resto en formas tolerables. El que pasaba era absorbido en una cámara para alimentar el Láser Refrigerador, el riñón que filtraba el flujo de rayos que apartaba incluso el plasma e su camino.


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