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martes, 27 de mayo de 2014
LA BIBLIOTECA DE PIPPI 37
Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído.
Anguloso, sencillo de líneas como figura de teorema, el bloque del Central San Lucio se alzaba en el centro de un ancho valle orlado por un cresta de colinas azules. El viejo Eusebio Cué había visto crecer el hongo de acero, palastro y concreto sobre las ruinas de trapiches antiguos, asistiendo año tras año, con una suerte de espanto admirativo, a las conquistas de espacio realizadas por la fábrica. Pera él la caña no encerraba ningún misterio. Apenas asomaba entre los cuajarones de tierra negra, se seguía su desarrollo de la segunda hoja. Los canutos que se hinchan y alargan, dejando a veces un pequeño surco vertical para el “ojo”. El visible agradecimiento ante la lluvia, anunciada por el vuelo bajo de las auras. El cogollo, que se alejará algún día, en el pomo de la albarda. Del limo a la savia hay encadenamiento perfecto. Pero hecho el corte, el hilo se rompe bajo el arco de la hermana.
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