Seguramente
no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca
de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las
habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño
Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque
nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que
unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales
e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la
gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba
su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan
polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo
el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y
divertido.
-¿Tu
de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto
es lo que después ha leído.
La enorme montaña de hielo se
precipitó en el vacío. Tras ella, más pequeño y débil a medida
que se sucedían las guardias, el Ardiente se hundió en la eterna
oscuridad.
En poco tiempo, el horno abrasador del
sol había erosionado, excavado y calcinado el pequeño mundo de
nieve; había resquebrajado y cargado su atmósfera provisional,
haciendo ondear banderas de gas ionizado en la brisa interplanetaria.
Pero el fugaz verano pasó. Las llamas
quedaron de nuevo atrás, brillantes aún, pero volviéndose más
inofensivas hora tras hora. La salvaje exuberancia del paso por el
perihelio se borraba rápidamente de la memoria.
El otoño se caracterizo por una suave
caída de polvo. Las diminutas partículas, arrastradas de la
superficie por la decreciente fuga de gas, nunca habían llegado a
alcanzar la velocidad de escape, ni siquiera en la débil atracción
del cometa. Poco a poco, derivaban de nuevo hacia el punto de
partida, depositando una oscura oscura patina con la textura del
talco, sobre los campos de hielo y los afloramientos rocosos. La
cimbreante serpiente de la cola de plasma ya se había desvanecido, y
ahora la escorzada cola de polvo, tan similar a los anteriores
estandartes de los ángeles, iba disipándose mientras el cometa
rebasaba velozmente Marte y continuaba hacia la órbita de Júpiter.
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