jueves, 19 de septiembre de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 27


Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído. 

La enorme montaña de hielo se precipitó en el vacío. Tras ella, más pequeño y débil a medida que se sucedían las guardias, el Ardiente se hundió en la eterna oscuridad.
En poco tiempo, el horno abrasador del sol había erosionado, excavado y calcinado el pequeño mundo de nieve; había resquebrajado y cargado su atmósfera provisional, haciendo ondear banderas de gas ionizado en la brisa interplanetaria.
Pero el fugaz verano pasó. Las llamas quedaron de nuevo atrás, brillantes aún, pero volviéndose más inofensivas hora tras hora. La salvaje exuberancia del paso por el perihelio se borraba rápidamente de la memoria.
El otoño se caracterizo por una suave caída de polvo. Las diminutas partículas, arrastradas de la superficie por la decreciente fuga de gas, nunca habían llegado a alcanzar la velocidad de escape, ni siquiera en la débil atracción del cometa. Poco a poco, derivaban de nuevo hacia el punto de partida, depositando una oscura oscura patina con la textura del talco, sobre los campos de hielo y los afloramientos rocosos. La cimbreante serpiente de la cola de plasma ya se había desvanecido, y ahora la escorzada cola de polvo, tan similar a los anteriores estandartes de los ángeles, iba disipándose mientras el cometa rebasaba velozmente Marte y continuaba hacia la órbita de Júpiter. 


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