jueves, 29 de agosto de 2013

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 26

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.


Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.

Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.

-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.

Esto es lo que después ha leído. 

En la creciente oscuridad, unas especies se escabullían y otras emergían, alternándose para trabajar en la estructura del mundo. El apagado y ensombrecido crepúsculo cedía el campo a los de ojos nocturnos, cazadores delgados y sigilosos, ladrones furtivos, roedores, asesinos agazapados que reían o ululaba, según la especie. Entre los árboles aleteaban los murciélagos con su inquieto vuelo pendular, las voces finas, chillonas y estridentes, los dientes penetrantes. Con ellos sobrevenía el frío nocturno y la oscuridad se aclaraba para mostrar las estrellas. Había tantas vidas alrededor, y todas con sus amigos y enemigos, que Lanzarote se sintió solo y desamparado, y también en él crecieron el frío y la sombra sin que brillara estrella alguna. En una sensación nueva y extraña, pues jamás había estado solo desde que el mundo había estallado al morir la reina Elaine y el hubo de recomponerlo sin el auxilio del amor. Le temblaba todo el cuerpo, con ese escozor por el cual todos advierten la señal de que una bruja avanza precedida por olas de encantamientos. Lanzarote cruzó los dedos de ambas manos y se mojó los labios para rezar un padrenuestro en caso necesario. Y supo que la bruja estaba cerca porque las criaturas nocturnas desaparecieron o se congelaron en una inmóvil invisibilidad, y luego oyó los pasos de un ser humano y una cálida voz que cantaba. 


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