Seguramente
no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca
de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las
habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño
Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque
nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que
unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales
e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la
gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba
su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan
polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo
el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y
divertido.
-¿Tu
de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto
es lo que después ha leído.
En la creciente oscuridad, unas
especies se escabullían y otras emergían, alternándose para
trabajar en la estructura del mundo. El apagado y ensombrecido
crepúsculo cedía el campo a los de ojos nocturnos, cazadores
delgados y sigilosos, ladrones furtivos, roedores, asesinos
agazapados que reían o ululaba, según la especie. Entre los árboles
aleteaban los murciélagos con su inquieto vuelo pendular, las voces
finas, chillonas y estridentes, los dientes penetrantes. Con ellos
sobrevenía el frío nocturno y la oscuridad se aclaraba para mostrar
las estrellas. Había tantas vidas alrededor, y todas con sus amigos
y enemigos, que Lanzarote se sintió solo y desamparado, y también
en él crecieron el frío y la sombra sin que brillara estrella
alguna. En una sensación nueva y extraña, pues jamás había estado
solo desde que el mundo había estallado al morir la reina Elaine y
el hubo de recomponerlo sin el auxilio del amor. Le temblaba todo el
cuerpo, con ese escozor por el cual todos advierten la señal de que
una bruja avanza precedida por olas de encantamientos. Lanzarote
cruzó los dedos de ambas manos y se mojó los labios para rezar un
padrenuestro en caso necesario. Y supo que la bruja estaba cerca
porque las criaturas nocturnas desaparecieron o se congelaron en una
inmóvil invisibilidad, y luego oyó los pasos de un ser humano y una
cálida voz que cantaba.