Seguramente
no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca
de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las
habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño
Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque
nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que
unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales
e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la
gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba
su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan
polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo
el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y
divertido.
-¿Tu
de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto
es lo que después ha leído.
Íbamos por las tardes a ver los peces
del Quai de la Megisserie, en marzo el mes leopardo, el agazapado
pero ya con un sol amarillo donde el rojo entraba un poco más cada
día. Desde la acera que daba al río, indiferentes a los
bouquinistes que nada iban a darnos sin dinero, esperábamos el
momento en el que veríamos las peceras (andábamos despacio,
demorando el encuentro), todas las peceras al sol, y como suspendidos
en el aire cientos de peces rosa y negro, pájaros quietos en su aire
redondo. Una alegría absurda nos tomaba de la cintura, y vos
cantabas arrastrándome a cruzar la calle a entrar en el mundo de los
peces colgados del aire.
Sacan las peceras, los grandes bocales
a la calle, entre turistas y niños ansiosos y señoras que
coleccionan variedades exóticas (550 fr. pièce) están las peceras
bajo el sol con sus cubos, sus esferas de agua que el sol mezcla con
el aire, y los pájaros rosa y negro giran danzando dulcemente en la
pequeña porción de aire, lentos pájaros fríos. Los mirábamos,
jugando a acercar los ojos al vidrio, pegando la nariz, encolerizando
a las viejas vendedoras armadas de redes de cazar mariposas
acuáticas, y comprendíamos cada vez peor lo que es un pez.
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