Seguramente
no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca
de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las
habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño
Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque
nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que
unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales
e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la
gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba
su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan
polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo
el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y
divertido.
-¿Tu
de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto
es lo que después ha leído.
Durante los primeros días de la
travesía, el tiempo fue bastante malo. El viento arreció mucho.
Entablándose en el Noroeste contrarió la marcha del vapor, y el
Rangoon, demasiado inestable cabeceó considerablemente, adquiriendo
los pasajeros el derecho de guardar rencor a las anchurosas oleadas
que el viento levantaba sobre la superficie del mar.
Durante los días 3 y 4 de noviembre
aquello fue una especie de tempestad. La borrasca batió el mar
incesantemente. El Rangoon debió estarse a la capa durante media
jornada, manteniéndose con diez vueltas de hélice nada más, y
tomando el sesgo a las olas. Todas las velas fueron arriadas, y aún
sobraban todos los aparejos, que silbaban en medio de las ráfagas.
La velocidad del vapor, como es fácil
de suponer, quedó considerablemente rebajada, y se pudo calcular que
la arribada a Hong-Kong tendría efecto veinte horas después de la
normal y quizá más, si la tempestad no cesaba.
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