Seguramente no lo recordareis, porque
han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt
(“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al
porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi
no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y
vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas
seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba
compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas
pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la
que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina
Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los
esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad.
Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y
se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado
Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta
Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído.
“Por eso en tiempos bien ordenados,
la música es tranquila y amena y la gobernación equilibrada. La
música de una era inquieta es agitada y rabiosa, y su gobierno esta
trastocado. La música de un Estado decadente es sensiblera y triste,
y su gobierno peligra”
Los pasajes de este libro chino nos
señalan con bastante claridad los orígenes y el sentido verdadero
-y casi olvidado- de toda música. Como la danza y cualquier otro
ejercicio artístico, la música fue efectivamente, en los tiempos
prehistóricos, un recurso de hechicería, uno de los antiguos y
legítimos medios de la magia. Empezando por el ritmo (palmear,
zapatear, golpear maderas, primitivo arte tamborilesco), fue un
recurso enérgico y de comprobada eficacia para poner de acuerdo a
una pluralidad y mayoría de seres humanos, para llevar al mismo
compás sus respiraciones, sus pulsos y sus estados de ánimo, para
estimular a los hombres a la invocación y conjuro de las potencias
eternales, al baile, a la competición, a las campañas guerreras, a
la santa acción. Y esta esencia frontal, pura, dotada de potencia
original: la esencia de un embrujo, se mantuvo para la música mucho
más tiempo que para las demás artes; recuérdese sólo las
numerosas manifestaciones de los historiadores y poetas en torno de
la música, desde los griegos hasta la novela de Goethe. En la
práctica, marcha y danza nunca perdieron su importancia. Pero
volvamos al que, en rigor, es nuestro verdadero tema.
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