Seguramente no lo recordareis, porque
han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt
(“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al
porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi
no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y
vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas
seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba
compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas
pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la
que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina
Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los
esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad.
Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y
se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado
Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta
Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído.
En Portland, el depósito de cadáveres
del condado es un salón frío y antiséptico, totalmente revestido
de azulejos verdes. Los suelos y las paredes son de un verde
uniforme, y el techo un poco más claro. En las paredes se abren
puertas cuadradas que parecen los compartimientos para guardar
equipajes en una terminal de autobuses. Los largos tubos
fluorescentes paralelos, arrojan una luz neutra y helada sobre el
conjunto. No es un decorado muy agradable, pero jamás se ha sabido
de ningún cliente que se quejara.
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