lunes, 29 de octubre de 2012

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 12

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído. 
 
¿Fui criado por mi madre? ¿Fue una campesina la que me amamantó? Lo ignoro. Cualquiera que fuese el pecho que mordí, no recuerdo una sola caricia del tiempo en que era muy niño; no fui mimado, ni besuqueado, ni festejado, mee azotaron de lo lindo.
Mi madre dice que no debe mimarse a los niños y me pega todas las mañanas; cuando no tiene tiempo por la mañana lo hace al mediodía, raras veces más tarde de las cuatro.
Mademoiselle Balandreau me pone sebo en las partes golpeadas.
Es una buena solterona de cincuenta años. Vive debajo de nosotros. Al principio eso la satisfacía: como no tiene reloj, así podía saber la hora “¡Plin! ¡Plan! ¡Pon! ¡Pon! Ya están azotando al rapazuelo; es la hora de preparar mi café con leche.
Pero cierto día en que me había levantado los faldones, porque me escocía demasiado, y estaba tomando el aire entre dos puertas, me vió; mis posaderas despertaron su compasión.
Primero quiso mostrárselas a todo el mundo, congregar a su alrededor a los vecinos; luego pensó que no era aquel el modo de salvarlas e ideó otra cosa.
Cuando oye que mi madre me dice:
-Jacques, voy a azotarte.
-Madame Vingtras, no se moleste, yo lo haré en su lugar.
-¡Oh, querida, que amable es usted!
Mademoiselle Balandreau me leva consigo; pero,en vez de azotarme, golpea sus manos; yo grito. Mi madre por la noche, da las gracias a la sustituta.
-Estoy a su disposición -contesta la buena mujer, dándome un caramelo a hurtadillas.
Mi primer recuerdo data, pues, de una azotaina. El segundo está lleno de asombro y de lágrimas.
 

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