Seguramente
no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de
Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que
daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de
Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja
amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre
sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así
pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que
se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran
mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy
Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la
biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su
frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas
sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al
otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído.
No espero ni solicito crédito para el
muy extraño y, sin embargo, muy vulgar relato que me dispongo a
transcribir. Loco estaría, verdaderamente, si lo esperase,
tratándose de un caso en el que mis sentidos rechazan el testimonio
que ellos mismos aportan. Pero no estoy loco, y estoy seguro de que
no sueño. Pero mañana moriré y hoy quisiera descargar el alma. El
propósito que me guía es el de exponer el mundo, llana,
sucintamente y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos
domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, me han
torturado, me han aniquilado. Mas no intentaré comentarlos. Para mi
no han representado otro sentimiento que el del horror, pero a muchos
les parecerán menos terribles que bariques. Quizá posteriormente
surja alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos
excitable que la mía, que verá en las circunstancias que yo enumero
con espanto solamente una sucesión normal de causas y efectos muy
naturales.
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