jueves, 9 de febrero de 2012

LA BIBLIOTECA DE PIPPI 6

Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído. 

Las historias que contaba eran lo que más amedrentaba a la gente. Sus espantables relatos eran de ahorcados y de “pasear por la tabla”, de borrascas en el mar, de la Isla de la Tortuga y de terribles hazañas y extraños parajes en la América española. Por lo que él mismo contaba, debía de haber pasado su vida entre las gentes más desalmadas que habían navegado los mares, y el lenguaje en que refería esas cosas escandalizaba a nuestra sencilla gente rural tanto como los crímenes que relataba. Mi padre andaba siempre diciendo que aquel hombre iba a ser la ruina de la posada, porque no tardaría la gente en cansarse de venir allí a ser tiranizada, a sufrir humillaciones y a irse a acostar despavorida y castañeando los dientes; pero yo estoy seguro de que su presencia nos fue de provecho. La clientela se atemorizaba por el momento, pero al pensar después en ello, más bien encontraba deleite: era una apetecible excitación en la calmosa vida campesina, y hasta había unos cuantos, entre los más mozos, que fingían admirarlo llamándole “un verdadero lobo de mar” y “un viejo tiburón” y cosas por el estilo, y decían que hombres como aquél eran los que habían hecho a Inglaterra temible en el mar.

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