miércoles, 7 de septiembre de 2011

BIBLIOTECA-VIRTUAL: LAS HORAS


Un ventilador aletea con lentitud sobre el centro de la estancia. Hace calor. Un calor que se pega a la piel como un traje que nos queda pequeño. Que hace sudar hasta las ganas de beber.
La decoración del lugar es descuidada. Ikea más Telodecoro. Un trabajo sin interés para empresas bisagra o tapaderas de negocios turbios. Los muebles y adornos no parecen tener mas utilidad que la de ocupar un espacio que de otra forma hubiera quedado vacío. La impresión es pésima.
Pero al menos las persianas de las ventanas permanecen bajas, lo que además de ahorrarnos el triste espectáculo, impide que la luz se filtre en el cuarto con violencia. La poca claridad que se introduce hasta el interior, entre los listones de madera, hacen pensar en lo que el sol puede estar haciendo con el mundo que a quedado en el exterior, fuera de estos cuatro muros protectores.
La penumbra del cuarto –que por desgracia no llega a ser oscuridad- podría ser incluso agradable, si este maldito calor nos dejara vivir.
Una muchacha llamada Ilse ha estado intentando transmitirme algún tipo de idea, pero por mucho que intento captar el sentido de sus palabras no logro descifrarlas. Lo único de todo su discurso que he llagado a comprender es su nombre. El cerebro se me ha licuado. Se ha escurrido con el sudor por cada uno de los poros de mi piel, en realidad yo ya no soy yo, soy tan solo un eco que se niega a desaparecer, a rendirse. En cierta forma es incluso un alivio no poder pensar en ello. Uno queda limitado al simple hecho de estar o ser, que dadas las circunstancias ya es bastante malo.
Hay más gente refugiada en la habitación, quizá demasiada, pero esta desdibujada por el desinterés y las sombras. No logro recordar el motivo de mi presencia en este lugar. Si estoy de paso o trabajo aquí. Tan solo Ilse logra ser real. Entra en alguna pequeña y remota neurona que aun funciona dentro de mi cabeza.
Me vuelvo hacia ella apartando la mirada del maldito y reumático ventilador y por un momento la admiro por seguir con la suficiente vida interior como para tener ganas de hablar.
-Si. Contestó a duras penas a una pregunta que parece haberme formulado y que requiere un último esfuerzo civilizado de respuesta.
Vuelve a sorprenderme cuando luce una fascinante sonrisa. ¿De que material están hechos estos nórdicos? ¿Cómo son capaces de adaptarse a esta lenta cocción sin pensar en el frescor de sus calles junto al polo?.
Es una hermosa sonrisa. Pero mi capacidad de atención no llega a pasar de esta vaga consideración.
Ilse es atractiva, incluso en estas circunstancias tan desagradables –cuando el mundo entero esta en proceso de diluirse- muestra una inteligencia despierta (además de refrigerada), pero yo no soy mas que un recipiente vacío que espera poder olvidarse de si mismo, al menos hasta que caiga la noche.
-¿Qué vas ha hacer esta noche? –le pregunto casi por instinto.
No logro descifrar su respuesta. Tan solo puedo intuir que no tiene muchos planes pues ha encogido los hombros mientras hablaba.
-¿Tomamos algo juntos?
Esta vez no necesito descifrar su sonrisa. El cálido –quizá demasiado- beso que me ha depositado en los labios ha sido su respuesta.
Me gustaría pedirle que si no sobrevivo a este calor, a esta desecación mortificante, derrame sobre mi cadáver encogido una botella de cerveza para que tenga al menos la suficiente humedad como para seguir desarrollando los procesos orgánicos posteriores. Pero no tengo voluntad ni fuerzas para ordenar las palabras y hablarle.
Ella ha dicho algo más y se ha levantado. Se aleja moviendo las caderas de una forma bien linda, pero esta imagen que en otro momento me hubiera hecho volar la imaginación, me deja más bien frío. Bueno, frío, lo que se dice “Frío”. No. Desgraciadamente.

Las lagartijas se cuecen en su propio caldo. Las piedras se ablandan hasta hacerse arcillosas, moldeables. La vegetación se encoge sobre si misma, se endurece para mantener un poco de vida con la que llegar al atardecer. Con la que sobrevivir un poco más. Al menos un poco más.
En algún lugar a cientos de kilómetros la vida continúa. Pero aquí todo se ha detenido. Hasta Ilse parece haber terminado por apagarse. La paciencia nos mantiene vivos. Sabemos que al fin él renunciara a detener su camino y que la noche llegara con su suave caricia. Entonces podremos despertar, para disfrutar de unas pocas horas de libertad.
Tan solo unas pocas horas.


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