Seguramente no lo
recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de
Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las
habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño
Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque
nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que
unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales
e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba compuesta de
multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre
las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía
el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina
Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los
esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad.
Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y
se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado
Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de
que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal
polvoriento.
Esto es lo que después ha leído.
La prisión militar es el último
refugio para quienes no querían ir a la guerra. Conocí a un
profesor suplente de matemáticas que no quería disparar a los
demás. De modo que robó un reloj a un teniente sólo para que lo
encerraran en la prisión militar. Lo preparó todo con mucha
previsión. La guerra no le impresionaba ni le entusiasmaba. Le
parecía una idiotez lanzar granadas y metralla al enemigo y matar a
otros profesores de matemáticas, tan desafortunados como él.