Seguramente no lo recordareis, porque han pasado muchos años, pero la biblioteca de Pippi en Kunterbunt (“Villa Colorines”) era una de las habitaciones que daba al porche donde solía estar refugiado Pequeño Tío. En casa de Pippi no había libros, solo “píldoras”, porque nuestra pequeña y vieja amiga no tenía tiempo para leer más que unas pocas líneas seguidas entre sus múltiples actividades legales e ilegales.
Así pues, su biblioteca estaba compuesta de multitud de hojas sueltas que se amontonaban en confusas pilas sobre las estanterías vacías y la gran mesa camilla bajo la que encendía el brasero de picón.
Hoy Pippilotta Viktualia Rogaldina Shokominza Langstrumpf ha entrado a la biblioteca en uno de los esporádicos momentos en los que se atenuaba su frenética actividad. Ha tomado una de las hojas que esperan polvorientas sobre la mesa y se ha hundido en el sillón que hay bajo el ventanal. Al otro lado Pequeño Tío la observa entre orgulloso y divertido.
-¿Tu de que te ríes? -le pregunta Pippi a través del cristal polvoriento.
Esto es lo que después ha leído.
Años
más tarde, cuando trataba de recordar cómo era en la realidad la
doncella idealizada con la alquimia de la poesía, no lograba
distinguirla de los atardeceres desgarrados de aquellos tiempos. Aun
cuando la atisbaba sin ser visto, por aquellos días de ansiedad en
que esperaba la respuesta a su primera carta, la veía transfigurada
en la reverberación de las dos de la tarde bajo la llovizna de
azahares de los almendros, donde siempre era abril en cualquier
tiempo del año. Por lo único que le interesaba entonces acompañar
con el violín a Lotario Thugut en el mirador privilegiado del coro,
era por ver cómo ondulaba la túnica de ella con la brisa de los
cánticos. Pero su propio desvarío acabó por malograrle el placer,
pues la música mística le resultaba tan inicua para su estado del
alma, que trataba de enardecerla con valses de amor, y Lotario Thugut
se vio obligado a despedirlo del coro.